El Coco, Eleguá y la Memoria Olvidada
Cuentan que hace mucho tiempo, en una tierra próspera, vivía un rey al que todos sus súbditos veneraban, y la felicidad reinaba en el pueblo. En esa época, Eleguá era un niño juguetón y andaba por todas partes, aunque todavía no era conocido por el pueblo como el dueño de los caminos.
Un día, el pequeño Eleguá encontró en el monte un coco seco que brillaba con una luz inusual. Sintió una fuerte curiosidad, lo recogió y se lo llevó a la ciudad, colocándolo en la plaza central. El brillo del coco era tan intenso que la gente se maravillaba.
El rey, al ver el coco brillante, le preguntó a Eleguá qué era. El niño Orisha le explicó que aquel coco era la manifestación de una gran fuerza y que, mientras lo tuvieran en cuenta, la paz y la suerte del pueblo estarían aseguradas.
Al principio, el pueblo y el rey honraron el coco, reconociendo el mensaje de Eleguá. Pero con el tiempo, la vida se volvió muy fácil y próspera. La gente se olvidó de las advertencias, dejó de prestarle atención al coco y, finalmente, lo tiró a un basurero, olvidando por completo al pequeño Eleguá.
Poco después, la tragedia comenzó a golpear al reino: las cosechas se secaron, la enfermedad llegó y la suerte desapareció. El rey, desesperado, mandó a buscar a los adivinos, quienes después de consultar, le dijeron que la desgracia había llegado por olvidar la protección de una fuerza humilde que él mismo había desechado.
El rey se acordó entonces del coco brillante y del niño travieso. Mandó a buscar el coco, pero solo encontraron una piedra simple en el lugar donde lo habían tirado. Al preguntar por el niño, supieron que se había marchado, ofendido por el olvido.
El pueblo y el rey, arrepentidos, hicieron una ceremonia y colocaron la piedra detrás de la puerta principal, ofreciéndole lo mejor. Desde ese día, se decidió que la manera de comunicarse con esa fuerza y de honrar a Eleguá (quien se había convertido en un Orisha poderoso) sería a través de los pedazos de coco (el oráculo de Biagué y Aditoto), para recordar que la suerte puede estar en lo más simple y que nunca se debe olvidar al que abre las puertas, por muy pequeño que parezca.
Y por eso, Eleguá es el primero en ser honrado y a él se le pregunta con el coco, para que nunca se cierre la puerta de la sabiduría.
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