"El destino es un laberinto, pero Ifá es el hilo de Ariadna que te guía de vuelta a ti mismo."
En los callejones empedrados de la Habana Vieja, donde la brisa marina trae consigo ecos de tambores lejanos y el aroma a tabaco y café se mezcla en el aire, habita una figura que muchos conocen, pero pocos realmente entienden. Se le llama "El Sabio", "El Guía", o simplemente "El Babalawo de la Calle Obra Pía". Su mirada serena esconde historias de tormentas superadas, y sus manos, que ahora lanzan los ikines con una destreza casi mística, un día estuvieron manchadas por decisiones oscuras. Esta es la historia de Miguel.
La Sombra de un Pasado Turbio
Miguel no siempre fue el hombre respetado que es hoy. Hubo un tiempo, no hace mucho, en que su nombre se pronunciaba con un susurro en los bajos fondos de Madrid, donde las apuestas ilegales y las deudas se saldaban con más que dinero. Un chaval español, seducido por la adrenalina del riesgo, cayó en un torbellino de decisiones erróneas que lo llevaron al borde del abismo. No había fe, ni esperanza, solo la desesperación de un futuro incierto y el constante miedo a la retribución. La ley lo buscaba, y su vida pendía de un hilo.
Fue entonces, en la huida, que el destino, o quizás Elegguá, el Orisha de los caminos, puso a Cuba en su sendero. Miguel llegó a la isla como un náufrago, buscando un refugio, un lugar donde esconderse de sus errores. Las noches las pasaba en tugurios, las mañanas en la playa, con la mirada perdida en el horizonte, convencido de que su vida ya no tenía arreglo.
El Primer Contacto: Un Eco Ancestral
Una tarde, mientras deambulaba por un barrio de Centro Habana, el sonido hipnótico de unos tambores batá lo atrajo a una casa de paredes desconchadas pero vibrante de energía. Dentro, un grupo de personas danzaba con una devoción que Miguel nunca había presenciado. No entendía nada, pero sentía algo. Una fuerza primigenia que le hablaba directamente al alma. Un anciano, de ojos penetrantes y sonrisa amable, se percató de su presencia. Era el Babalawo de la casa. "Tu espíritu está inquieto, joven", le dijo en un español cadencioso. "La vida te ha golpeado, pero aún no te ha roto".
Miguel, escéptico pero desesperado, aceptó la invitación a una consulta. Fue ahí donde, por primera vez, el Diloggún (el sistema de adivinación con caracoles) comenzó a hablarle. El Odu que salió fue claro: Oddi Melli, un signo que hablaba de traiciones, de caminos cerrados, de la necesidad de un cambio radical, de la purificación a través del agua y de la protección de los ancestros. Le reveló secretos de su pasado que solo él conocía, y le mostró un futuro si persistía en su oscuridad.
Los Trabajos Espirituales que Reconstruyeron un Alma
Antes de que Ifá le designara un Orisha tutelar, Miguel se sometió a una serie de trabajos espirituales que fueron como un renacimiento.
Limpiezas con Ewe (hierbas sagradas): El Babalawo le preparó baños y despojos con hierbas específicas, invocando a Osain, el Orisha de la medicina y las plantas. Miguel sentía cómo capas de suciedad espiritual se desprendían de su cuerpo y alma, como si se librara del peso de sus errores. Eran rituales sencillos, pero cargados de una profunda intención purificadora.
Ofrendas a Elegguá en la encrucijada: Se le indicó llevar pequeñas ofrendas (caramelos, tabaco, aguardiente) a Elegguá en diferentes encrucijadas, pidiendo que le abriera nuevos caminos y cerrara los que lo llevaban a la perdición. Miguel sintió una extraña conexión con este Orisha travieso pero poderoso, el guardián de las puertas y los destinos.
Reconciliación con sus ancestros (Egun): Se le instruyó a montar un pequeño altar en su cuarto para honrar a sus ancestros. Encender velas, ofrecerles agua fresca y rezarles. Descubrió que al conectar con sus raíces, encontraba un ancla, una fuerza que nunca supo que tenía.
"Rogaciones de cabeza" a Obatalá: Se le hicieron rogaciones con cascarilla, manteca de cacao y paños blancos en la cabeza, invocando a Obatalá, el Orisha de la pureza y la sabiduría, pidiendo claridad mental, paz y serenidad para tomar mejores decisiones. Sintió una calma que no había experimentado en años.
Estos trabajos no solo eran rituales; eran un compromiso diario con su propia transformación. Miguel empezó a dormir mejor, a soñar con imágenes más claras, a sentir una ligereza que pensó haber perdido para siempre. Dejó de beber, se alejó de las personas que lo arrastraban y comenzó a trabajar honestamente en un pequeño hostal.
El Destino Revelado: Babalawo de Oggún
Finalmente, llegó el momento. En una ceremonia solemne de Bajada de Orúnmila (la deidad de la sabiduría y el destino), ante los más grandes sacerdotes de Ifá, el destino de Miguel fue revelado. Ifá habló a través del Okpele, la cadena de adivinación, y su Odu particular le marcó el camino hacia el sacerdocio de Ifá. Su Orisha tutelar sería Oggún, el guerrero indomable, el forjador de metales, el que abre caminos con su machete y protege a los suyos con fiereza. Era el Orisha perfecto para un hombre que había luchado contra sus propios demonios y ahora debía forjar un nuevo destino.
Miguel abrazó su nuevo camino con devoción. Estudió con pasión los Odus, aprendió los rezos, los cánticos y los secretos de las hierbas. Se convirtió en Babalawo, y su historia, de las sombras a la luz, lo convirtió en un faro para otros. Ahora, desde su pequeño rincón en la Habana, aconseja a jóvenes descarriados, a parejas en crisis, a almas perdidas, compartiendo no solo la sabiduría de Ifá, sino también la cruda realidad de sus propios errores para que nadie más caiga en la oscuridad que él conoció.
Conclusión: La Fe como Brújula
La historia de Miguel es un poderoso recordatorio de que la fe, en cualquiera de sus formas, es una brújula que puede enderezar el rumbo más torcido. Su viaje demuestra que el cambio es posible, incluso cuando la desesperación parece haber ganado la partida. Si estamos dispuestos a mirar hacia adentro, a enfrentar nuestros demonios y a escuchar la sabiduría ancestral que nos rodea, nuestro camino se iluminará. La santería, a través de los preceptos de Ifá, no solo le dio a Miguel una segunda oportunidad; le dio la herramienta para convertirse en el arquitecto de su propio destino y, más importante aún, en una luz para guiar a otros fuera de la oscuridad. Nuestro camino puede ser tan fructífero como nos propongamos, siempre que estemos abiertos a la transformación.
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