sábado, 24 de mayo de 2025

¿Qué pasa cuando muere un santero? Descúbrelo aquí

CUANDO UN HERMANO PARTE: DOLOR, REZO Y REENCUENTRO ESPIRITUAL EN LA RELIGIÓN YORUBA

Hay despedidas que nos sacuden el alma como un viento que atraviesa el monte sagrado. El dolor por la partida de un ser querido es una de esas experiencias que nos cambia para siempre. En el contexto de la religión yoruba y de la Santería —camino sagrado de nuestros ancestros—, la muerte no es el final, sino un tránsito hacia una dimensión más elevada. Es un regreso al origen, al Orun, el mundo espiritual donde habitan los eggun, los espíritus de los que nos precedieron.

Pero aún sabiendo esto, el corazón tiembla. Porque cuando quien parte es alguien que caminó junto a nosotros en la fe —un padrino, una madrina, un ahijado, un hermano de consagración, un amigo que compartía misas, tambores y ceremonias—, el duelo se vuelve más profundo. No solo se va un ser amado: se va una parte de nuestra historia espiritual. Y es entonces cuando la religión, en su sabiduría, nos enseña a transformar el dolor en oración, la tristeza en luz, y la pérdida en una conexión más pura con el mundo invisible.


Mi historia: el día que el tambor guardó silencio

Recuerdo claramente la última vez que vi a mi padrino. Tenía esa mirada serena de quien ya había hecho su trabajo en la Tierra. Siempre fue un hombre de palabra firme, de rezo fuerte, de manos consagradas. Me enseñó a hablarle a los Orishas desde el alma, a preparar un ebbó con intención, a escuchar la voz de los muertos en el silencio del caracol. Él era mucho más que un guía religioso: era un padre en espíritu.

Su partida fue una de las pruebas más duras que viví. El día que me dieron la noticia, el mundo pareció detenerse. Las paredes del cuarto de santo se volvieron más frías. Encendí una vela sin saber qué decir, porque el llanto no me dejaba orar. Me senté frente a su retrato y me sentí niño otra vez. Me preguntaba cómo se continúa sin esa presencia que daba fuerza a mi fe.

Durante semanas lo soñé. Venía vestido de blanco, en paz. Hasta que una noche, mientras realizaba una misa espiritual en su honor, sentí su energía clara, fuerte. Se manifestó. No con palabras, sino con esa certeza profunda que uno no puede explicar pero sí sentir. Su espíritu estaba conmigo, ya no como cuerpo, sino como guía. Había cruzado el umbral, pero no se había alejado. Solo había cambiado de forma. Y desde ese momento, mi visión sobre la muerte cambió para siempre.


Comprendiendo la muerte desde la Santería

En nuestra tradición, la muerte no es castigo, ni castigo divino, ni separación absoluta. Es una transformación natural, sagrada y necesaria. Todo ser humano tiene su tiempo marcado por el destino —ese camino que Orunmila ha leído en el Odù—, y cuando ese ciclo se completa, el alma regresa a su origen.

El cuerpo vuelve a la tierra, pero el espíritu —ese aliento de vida que nos conecta con lo divino— asciende al Orun, donde se convierte en parte del colectivo ancestral. Los muertos, una vez cumplidos ciertos ritos, pueden transformarse en eggun, y desde ese lugar, participan activamente en la vida de los vivos. Se convierten en consejeros invisibles, protectores espirituales, enlaces entre nosotros y los Orishas.

Por eso los veneramos. Les prendemos velas, les ponemos comida, agua, licor. Hablamos con ellos, los recordamos, los incluimos en nuestras ceremonias. Porque sabemos que sin los muertos no hay vivos. Ellos son raíz, base, cimiento. Sin su permiso, no hay santo que baje ni ceremonia que prospere.


Oración de encomienda al Más Allá (rezo con elementos yoruba)

Oh Eggun sagrados, espíritus elevados que caminan con la luz del saber,
escuchen esta plegaria que nace del corazón herido,
pero lleno de fe y esperanza en el camino eterno.

Hoy encomiendo el alma de quien fue mi guía, mi hermano, mi luz en la Tierra.
Que sea recibido con tambor y canto, con cantimplora de aguardiente y dulzura de oración.
Que sus pies pisen con firmeza los caminos de Orun.
Que no se pierda en la bruma, que encuentre la claridad.

Obatalá, padre de la pureza, extiende tu manto blanco sobre su espíritu.
Límpialo de todo lo que pesa y entrégalo a la paz.
Orunmila, testigo de todos los destinos,
reconócelo como hijo, como sabio, como servidor de la fe.
Guíalo con tu bastón hacia la morada donde los eggun verdaderos reposan.

Ikú l’ó gbé, ikú l’ó mú,
pero su esencia permanece.
Su nombre vive en nuestros rezos,
y su memoria se fortalece en cada ceremonia que celebramos.

A ti, espíritu amado, te doy luz, te doy respeto, te doy palabra.
Aquí te lloramos, pero también te honramos.
Aquí sentimos tu ausencia, pero agradecemos tu existencia.

Ashé para tu descanso,
ashé para tu elevación,
ashé para el reencuentro entre tu espíritu y los ancestros.


Dedicatoria a todos los religiosos que han perdido a un ser querido

Esta palabra es para ti, hermano o hermana de fe.
Para ti que lloraste frente al altar,
para ti que sentiste el vacío cuando el que te acompañaba en la ceremonia dejó esta tierra.
Para ti que perdiste un padrino, una madrina, un ahijado, un amigo de camino,
y tuviste que encender la vela con las manos temblorosas del dolor.

No estás solo.
Todos nosotros hemos sentido esa ausencia que se vuelve eco en el alma.
Pero también hemos aprendido que nuestros muertos no se van:
solo cambian de forma.

Ahora son aire que nos acaricia,
son sombra que nos cobija,
son tambor que nos habla sin palabras.

Ellos caminan con nosotros desde Orun.
Nos protegen, nos orientan, nos fortalecen.
Y cuando llega el momento del tambor, del rezo, del canto,
ahí están, bailando con nosotros, danzando con los Orishas.

Porque la muerte, en nuestra religión,
no es el final. Es el principio del verdadero despertar.


Conclusión: reconciliarnos con la muerte es caminar hacia la luz

He aprendido que el luto no es solo tristeza: es un lenguaje espiritual.
Cada lágrima es una ofrenda,
cada rezo, una caricia para el alma que partió.
Nuestros muertos nos enseñan a vivir desde otra dimensión,
a mirar con el corazón,
a recordar que la vida es un préstamo sagrado.

Y cuando ellos se van,
nos dejan la tarea de mantener viva la llama.
Nos toca recordarlos, honrarlos, y caminar como ellos nos enseñaron.

Porque como dicen los sabios yorubas:

"A kì í kú, a ń lọ sí ibi kan."
("No morimos, solo vamos a otro lugar").

Y también:

"Aráyé l’áyé, ara orun l’orun."
("El cuerpo pertenece a la Tierra, pero el alma pertenece al cielo").

Nuestros muertos no nos abandonan.
Nos preceden.
Nos esperan.
Y nos bendicen.

Ashé para ellos.
Ashé para nosotros.
Ashé para la continuidad del espíritu.

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